martes, 17 de abril de 2012

viernes, 13 de abril de 2012

Confesiones empanadas

Me creí su promesa, aunque no estuviera fundada en nada más que su voluntad. Inocente de mí, creí en su voluntad.
En esos días de tránsito, me desmaquillaba con mis propias lágrimas y cada noche mataba a la almohada porque sabía demasiado. Aprendí que las lágrimas no me hacían más fuerte, sino que mostraban lo débil que era por dentro. Esas gotas eran todo menos cordura.
Creía que recibiría una carta tras cada mal trago, como antes, o al menos un mensaje que me ayudara a evitar las pesadillas, como antes. Pero nada de eso ocurría, hasta tal punto que empecé a dudar sobre si ese antes fue de verdad o solo un producto de mi floreciente amor.
Estaba ausente, en un viaje de negocios, negocios muy importantes para su futuro; no había excusa para no ir. En cambio, mi panadería me necesitaba tanto que no me dejaba acompañarle. Todos los días tenía que abastecer pan recién hecho, no podía fallar ni uno solo. Mi trabajo me tenía retenida, pero albergaba la esperanza de que algún día mi esfuerzo fuera recompensado y pudiera contratar dependientes que trabajaran por mí. Ser empresaria era mi gran ambición, desde luego. De esa manera, podría acompañarle a sus escapadas para que sintiera que puede contar conmigo y que estoy con él en cuerpo y alma. Sin embargo, por el momento solo me tenía en alma.
Fui tonta por sentirme culpable por eso, ahora lo sé. Nuestras vidas iban por carriles distintos pero unidos que de vez en cuando se bifurcaban, pero eso no significaba que hiciese mal en ir en el que me correspondía.
Aún fui más tonta al creer que algún día nuestro camino sería el mismo. Yo ansiaba con toda mi alma poder vivir juntos algún día, pero el destino me enseñaba una y otra vez que uno de los dos tenía que renunciar al suyo para acoger al otro. Siempre permanecerá en mi memoria el año 2009, cuando recibí una propuesta de trabajo en Santiago de Compostela. Éramos unos novios muy enamorados... éramos jóvenes. Yo no estaba segura de si irme pero él me propuso que nos fuéramos juntos, me dijo que sería una gran aventura el salir del pueblo y vivir en la gran ciudad, que esa propuesta me haría muy bien en el futuro... que él no solo me apoyaba, sino que cambiaba todo lo que tenía aquí por estar a mi lado. La acepté, nos fuimos y salió mal.
Nunca debió cambiarse de carril por seguir las ilusiones de otra persona dejando apartadas las suyas. Ahora comprendo lo que le pesó aquella decisión, y por qué aprendió a ser egoísta antes que yo.
A pesar de todo, me sigue queriendo, qué más prueba que eso pueden ser sus llamadas desde el trabajo. Creía que eso me servía. Creía en un amor puro, como el de las películas, que tras años sin verse, los amantes se besan apasionadamente cuando se reencuentran. He visto demasiadas películas.
A veces no puedo evitar pensar en su magnífica relación con su secretaria, quién sí le acompaña a todos sus viajes, en quien confía, a quien mima y con quien comparte más experiencias que con su aburrida panadera. Eso demuestra mi gran inestabilidad a la que a mí me gusta llamar paranoia. Pero soy consciente de que son gajes del oficio, teniendo en cuenta que no sé lo que hace una persona que es tanto de mi posesión en el sentido de que su corazón es mío, o eso quiero pensar porque de alguna manera me calma.
Otras veces, vuelven mis demonios y me susurran en sueños que nadie pertenece a nadie, que todos somos libres por mucho que un anillo encierra nuestros dedos. Aunque al final siempre les he dado la razón, esa no era la mayor de mis penas.
Mi gran sufrimiento era la decadencia: la de la sagrada promesa que nos hicimos desde el corazón, la de la pasión de nuestros besos, la de la intensidad de sus miradas, la del tiempo íntimo del que ya apenas disfrutamos.
Esta atareada panadera quería tenerle entre sus brazos, hacerle el amor como nunca lo había hecho y escucharle un verdadero "te quiero" después, pero lo único que recibía era "una rosa, un te quiero y un adiós" que se canta por cantar.
Me aburrí de esperar la oportunidad y, sobretodo, de sentir lo peor que he sentido en mi vida: aún teniéndole, sentirme sola. Es como estar en medio de un concierto, tan rodeada de gente y tan poco acompañada. Ahora sé que la soledad irreal es producto de lo que te advierte el corazón. Definitivamente, es una prueba que me hace más fuerte, pero no más feliz...

domingo, 8 de abril de 2012

Regrets

Not too many worries, not too much fear, not too much awareness, not too many responsabilities.

Too much imagination, too much innocence, too many dreams... too much happiness.