viernes, 29 de abril de 2011

William and Kate Wedding

Supongo que a nadie se le ha pasado por alto tal "espectáculo".
Porras sobre el diseñador, el destino del viaje de novios, los invitados... colas desde hace días para verlos bajarse del coche, recordatorios con sus caras a mitad de precio y réplicas del anillo de compromiso que lució también Lady Diana, "guiris" en España celebrándolo en la embajada británica, cantidades desorbitadas simplemente para las flores del altar, que si la "cola" debería haber sido más larga, concurso de a ver quién viste el tocado más esperpéntico, bombardeo mediático, celebración en los plató de televisión españoles tal como si el beso de los herederos del trono fuera la duodécima campanada... en fin, otra forma de ser. Lo que importa es que ha habido unión y que lo han hecho por amor*

viernes, 22 de abril de 2011

Te das cuenta que algo es tan importante que llega a superarte...

cuando no puedes escribir sobre ello.

miércoles, 20 de abril de 2011

Algunos se preguntan...


A los que son muy fieles*
les pasa lo mismo que a los perros
que aunque los abandonen
regresan a casa...

lunes, 4 de abril de 2011

Así de simple

Podría dejarlo pasar y hacer cómo que nada ha sucedido.
Podría dejar de importarme, no lo que hiciste sino lo que no hicistes.
Podría disimular cuando me preguntas.
Podría esconder mi sinceridad y con ella mi decepción cuando llegue el momento de encontrarnos.
Podría mantener nuestra amistad sin fisuras visibles, sin esa sensación en tu cara de haberme fallado y quizás de culpabilidad por haberlo hecho a escondidas.
Podría evitar la pequeña posibilidad de que nos enfadásemos y una remota de que nada vaya a ser igual.
Podría tragarme mi orgullo y mi deseo de decirte lo que pienso, como una buena amiga haría.
Podría engañarte.

Podría… pero no puedo, Xanxu*

sábado, 2 de abril de 2011

Escondite

"Escribir algo; esa es la cuestión. No veo mejor momento que ahora, cuando todos están dormidos y yo solo con la escasa luz del flexo. Apenas veo escribir con la sombra que proyecta mi mano pero aún así quiero, y es que necesito escribir a mano; quiero silencio casi absoluto, sin escuchar el molesto ventilador del ordenador, ni voces tras mi puerta, ni mi respiración… tan solo el tic tac de mi reloj y el rasqueo de la punta de mi boli sobre el cuaderno. ¿Por qué? Porque necesito encontrarme con mis recuerdos. Solo así podré imaginarme en otro tiempo, un pasado que fue confinado en mi imprecisa memoria: no es un recuerdo de un día concreto ni tampoco creo que sea de un lugar determinado… solamente un vago recuerdo que ansío recordar para que no muera definitivamente. Bueno, admito también que tener esa nostalgia me hace sentir… bien.


Más bien anocheciendo pero aún con la justa iluminación natural como para poder distinguir siluetas sin necesidad de la artificial. El viento, del tiempo si fuera líquido, lo suficientemente poderoso como para apartarme los mechones de mi cara quemada. A mi alrededor, áreas de tierra y otras de cubiertas de hierba, que no césped (esta era silvestre, brotando donde le complacía, unas veces alta y otras escasa). También había árboles raquíticos y desnudos a pesar de ser finales de primavera o de verano; dudo entre las dos. Detrás de mí, quizás una bici oxidada, un cobertizo convertido en un baño improvisado, unas vigas de aluminio y un cerco con gallinas y sus pollitos. Un perro vagaba por ahí y algún que otro insecto trepaba por mis deportivas.
Mis primos y los primos de mis primos me buscaban en el escondite y mientras tanto yo esperaba ser descubierta lo más tarde posible para gozar un poquito más de esa sensación; miraba la línea que separaba el azulón del cielo y el verde de la llanura. Nunca veía un horizonte tan bonito como el del campo (exceptuando el de la playa).
Me puse la chaqueta que llevaba atada a la cadera como hago cuando me siento sobrecogida y apoyé el mentón sobre las rodillas, quedándome así hasta que escuchaba el cambio de turno de las chicharras con los grillos. Me gustan más estos últimos; mi padre me dijo una vez que mi abuelo le contó que ese sonido provenía de las estrellas y desde entonces me gusta creer que escucho sus cantos.
La yerba entre mis dedos haciendo trencitas con ella y la vista puesta al frente con la mente en blanco… eso era disfrutar de lo que me ofrecía la naturaleza.
Sabía que cuando me encontraran nos iríamos a cenar chuletas a la parrilla sentados en unos troncos a modo de banco, cercanos al calorcito del fuego, cuya rojiza luz nos ambientaba para contarnos historias de miedo hasta llegar a creérnoslas. Eso me encantaba. Al fin y al cabo, éramos niños y solo bastaba que imaginásemos que la piedra de mi anillo bisutero hubiera cambiado de color para poner cara de misterio y gritarnos que era mágico.
Los padres iban llegando para recogernos; nos reclamaban con el único propósito de avisarnos de que ya nos quedaba poco para aprovechar, porque en realidad comenzaban una conversación de tiempo indefinido hasta que ya no tenían nada más de que contarse e iban a buscar a los que siempre teníamos algo sobre qué fantasear, algo a lo que jugar o alguien con quien disfrutar.

Yo por entonces tenía seis años, era hija única y sabía saborear momentos tan especiales para mí como sentir el viento fresco del campo con mis primos al lado y una chuleta calentita en mi mano.


Ahora que me siento reconfortada, me voy a acostar. Mañana lo pasaré a ordenador."