martes, 10 de enero de 2012

¿Cómo decías que te llamabas?

1. NOMBRE DE PILA


Que tus padres te pongan un nombre poco afortunado es una condena que parece puede lastrar el resto de tu existencia, tanto en el plano físico como en el emocional.
Y no lo dice la sabiduría popular; lo afirma el famoso y muy alemán Instituto Max Plack de Investigación en un reportaje que aparece en la revista Social Psychological and Personality Science, donde se ofrecen firmes conclusiones sobre el hecho de que un nombre de pila “desafortunado” evoca reacciones negativas en los demás, lo que influye para empeorar la vida.
Y olvídate de las burlas inocentes de recreo: un nombre mal elegido puede llevar a una vida de abandono, reducir las posibilidades de relación, bajar la autoestima, una mayor probabilidad de fumar y menores perspectivas de educación, según este estudio realizado entre cerca de 12.000 personas.
La autora, la psicóloga Wiebke Neberich, afirma que efectivamente existen los prejucios según el nombre de pila que tengamos, pues es un proceso inconsciente, donde todas las asociaciones que tenemos con un nombre en particular explotarán en cuanto lo oímos salir de la boca de nuestro interlocutor, pues lo asociamos a algo que hayamos leído en un periódico, a los chistes de los demás y, por supuesto, a nuestra propia experiencia.
Para llegar a esta conclusión hicieron varios experimentos con 11.813 adultos universitarios. Por ejemplo, uno de ellos comparó a las personas cuyos nombres coincidían con una lista previamente establecida de nombres dados por los profesores de grupos de estudiantes “pendencieros”. Otro experimento se basó en una lista de nombres “atractivos” y “poco atractivos” relacionándolo con el factor de la popularidad del nombre en la actualidad, y también comparándolo con la popularidad de cada nombre al nacer.
Al final, y tras analizar todos los parámetros, la psicóloga Wiebke Neberich concluye que los que tienen nombres de pila “desafortunados” fueron en general más propensos a fumar, menos educados y con una autoestima más baja que aquellos cuyos nombres fueron considerados positivos.









Wiebke Neberich también tiró de un estudio realizado por ella misma entre 1852 usuarios de la popular casa de citas eDarling, que también ponía de manifiesto la importancia decisiva que un nombre de pila desafortunado puede llegar a tener en el éxito personal y en las posibilidades de encontrar pareja por internet, reduciéndolas en más de un 50%.
Para ello se contrastaron los nombres con más éxito entre los usuarios de eDarling, los que más clics se llevaban, con los nombres más populares entre los españoles en 2008,tomados del Instituto Nacional de Estadística.
Concluyeron que los nombres anglosajones, aunque estén de moda en nuestro país, no resultan atractivos para la mayoría de las personas, siendo los nombres de pila con más éxito aquellos que tienen sus raíces en la tradición de nuestra tierra, como son Lucia o Javier entre otros.
Y esto pasa también en otros países de Europa. En Alemania, según publicó el año pasado la revista Spiegel, no son Jennifer y Jonathan los nombres malditos en la pila bautismal, sino Kevin y Chantal, unos nombres que tanto allí como aquí parece que pueden llegar a convertirse en un estigma social.


2. LAURA VS MARÍA

Durante la década de los 80 los padres españoles decidieron llamar Laura a 68.286 niñas,  logrando un hito histórico en el siglo XX: derrotar a las todopoderosas Marías, cuyo dominio del “mercado” de los nombres se arrastraba desde principios del pasado con alguno de sus sabores: María del Carmen entre 1940 y 1979, y María a secas, antes de 1939 y, de nuevo, después de 1990.
Durante el franquismo rara era la mujer que no se llamaba María, María Teresa, María Dolores, María del Pilar, María Luisa o Ana María, en un osado gambito de nombres que tuvo su momento de gloria en los 60 y los 70.
El primer vuelco importante en este paisaje monótono se produce en los años 70, con las primeras niñas demócratas, que traen nombres tan osados como Cristina, Mónica, Sonia o Susana. Cristina, por cierto, estuvo a punto de empatar con Laura en la revolucionaria década de los 80, que también vio un espectacular (y efímero) auge de las Beatrices y las Raqueles.
Los 90 y la primera década del 2000 suponen el retorno de María a lo más alto de la clasificación, aunque con una frecuencia mucho más discreta: 74.000 niñas en cada década, y la irrupción de nombres brevísimos y repletos de aes: Marta, Sara, Alba, Ana, Paula. Las Jennifer tuvieron su breve irrupción en las partidas de nacimiento de los 90: 8.865 niñas arrastran ese nombre.
Como ejemplo del cambio de los nombres de las niñas, he aquí los diez nombres más comunes de las nacidas a principios del siglo XX y en el siglo XXI:
Nacidas antes de 1930  Nacidas antes de 2010
1 María                   1 María
2 Carmen                 2 Lucía
3 Josefa                 3 Paula
4 Dolores                4 Laura
5 Francisca              5 Marta
6 Antonia                6 Alba
7 Isabel                  7 Andrea
8 Pilar                   8 Sara
9 Teresa                 9 Claudia
10 Concepción            10 Ana
Tienes todos estos datos y muchos más en una hoja de cálculo recopilada por el Instituto Nacional de Estadística.

3. CHINAS

De hace unos años a esta parte es normal hablar e incluso conocer a inmigrantes chinos que se han establecido en nuestro país. Y es muy normal encontrar asombro en tu interlocutor, que se maravilla al ver que la señora de los ultramarinos se llama, por ejemplo, María.  ¿Esto es porque (como piensa mucha gente) allí también te ponen de nombre María? Ni mucho menos.
Desde que Marco Polo pisase China por primera vez, el problema de comunicación ha sido evidente. Al proceso de adaptar una forma de escritura al alfabeto latino se le llama romanización. Esto, al principio, se hacía de forma fonética más o menos de oído.
Los jesuitas y en concreto Lazzaro Cattaneo, establecieron un sistema que duró bastantes años, y que fue utilizado para traducir del chino al portugués, y luego, al resto de idiomas.  En 1859 el diplomático inglés Thomas Wade estableció un sistema de transcripción que tuvo una amplia aceptación.  Revisado por Herbert Giles, ha sido conocido durante años como  sistema Wade-Giles. Pero en la II Guerra Mundial, fue cambiado por el Sistema Yale para facilitar la comunicación militar.
En 1949 el gobierno chino decidió unificar el sistema de romanización, y (resumiendo mucho) se creó el sistema pinyin, que es lo que utilizamos a día de hoy… casi siempre.
El chino era, además, muy difícil de aprender a escribir, así que el gobierno se encargó también de crear el sistema chino simplificado. El sistema pinyin no siempre coincide, no obstante, con la forma de pronunciar occidental, pero de todos modos, es el sistemas más práctico.
Gracias a este sistema, entre otras cosas, podemos ver el nombre de las personas escrito en cristiano. Pero no siempre lo pronunciamos como sería deseable. Y el chino tiene un número de sílabas limitado que cambia con los acentos, y dentro de esas variaciones, con las distintas zonas de China que a nosotros nos parecen todas iguales pero que para ellos son totalmente distintas.
La silaba “ma”, por ejemplo, puede significar “madre”“fibra de cáñamo”“caballo”, “red”, o ser una partícula interrogativa al final de una frase. Es normal que, unido a otra sílaba, tenga dieciséis significados posibles.

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