
Una mirada intensa pero breve y te callas disculpándote. La dueña de esa escasa mirada apenas me conoce, sin embargo su mirada sabe perfectamente que me muero por ella.
Una mirada que te abre el mundo ante tus ojos. Oh, sus ojos, tema de todos mis sueños, ventanas a la esperanza y ahora luceros que traspasan mi corazón. Ya eres mía.
Una mirada que al fin me llena. Me hace gracia cuando juega y, a pesar de poner "poker-face", su mirada le delata; me derrite la dulzura y perspicacia que refleja y también cuando me hace complice en el momento más insospechado; me encanta cuando al mirarme no me siento solo en este mundo... su mirada me comprende y comparte mis pensamientos. Esa es su mirada, la luz que me guía y esa a la que sigo sin condicionamento.

Una mirada y sabes que hay algo nuevo en tu pareja tan grande que no cabe por su boca. Su mirada te inunda y te confiesa que está embarazada.
Una mirada devastadora. Por esa mirada quisieras haber sido ciego, así no podría encontrarme nunca con la mirada de quien lo sabe todo y poco puede solucionar, un Dios de las miradas… y ahora me apunta a mi. Una mirada más, esta vez cabizbaja aunque con un poco de indiferencia, me sentencia.

Una mirada. Dos miradas. Se cruzan y comparten su lluvia. Su mirada dice “lo sabes” y la mía “ya lo sé”. No queda más remedio que apagarlas y darle paso al abrazo.
Una mirada. Una en todo un día. Eso no se puede soportar. Es como si las reservase por si les llegan a faltar, como si sus miradas apagadas en cualquier momento pudieran estallar en pequeños trozos de cristal.
Una mirada cada vez más opaca, nada parecida a la transparencia de la de antes de… todo. Por favor, ¡enfoca, transmite, prende!
Una mirada y se te rompe el alma. Esa es la de la despedida; la última mirada mezclada entre el amor que resume todo este tiempo y la culpa por no volver a mirarme más.

Esta es la historia de su mirada.
Fue bonito; un día nació en mí, al otro no necesitaba otro sol que me iluminase, y así, me tuvo hipnotizado mucho tiempo a base de miradas que eran todo lo que necesitaba para subsistir, pero un día un choque de miradas infortuitas herió la suya gravemente… nunca se recuperó.
El sueño de su mirada era ver como una personita estrenaba la suya y decirle con su brillo que la amaba. Ese sueño se nubló con su mirada, incapaz ya de contar más historias que las palabras de los cuentos… como siempre me había hecho.
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