Una chica con más vicios que años, curada a base de escarmientos pero aun lo bastante valiente para decir lo que su tierna mente piensa. Una chica que frecuenta La Barrancada y no pisa la escuela. Una chica singular, con chupa roja y cabello azul eléctrico. Esa es Boni.
Boni sabe cómo comportase en La Barrancada si quiere como mucho que la dejen tranquila. Todo aquel que entra, debe pasar desapercibido, no vaya a ser que lleguen a convertirse en la diana de los dardos de la esquina-sur o en la bola paleada del billar del centro del local. Boni siempre se desliza tal que serpiente entre espaldas tatuadas, sin rozar alguna, hasta llegar al fondo de la barra, cerca de los desaseados aseos donde rauda se puede esconder cuando hay alguna disputa.
De cualquier manera, todos la conocían allí, porque todos y cada se conocían entre ellos; era como un clan en el que sus integrantes nunca darían la cara porel de al lado. Para Boni, tan solo un jóven camarero podía acercarse al concepto de colega.
Pero aquel 29 de enero, día de espesa niebla y pocas esperanzas, no era como otro cualquier 29 de enero. Un hombre delgado y patilargo entraba en La Barrancada. Iba buscando algo, no cabe la menor duda. No se sabe si a algún matón con ganas de liarla, si unas cuantas pocas de la marca Olvidar o si a una chica con el mote de Boni...
