Voy por la vida como en un taxi que no se detiene, que no sé a donde va. Sola en la cabina no sé a quién preguntar ya que solo veo ráfagas de lo que son personas a través de la ventana. A gran velocidad me traslado y yo sin embargo sin moverme. Todo va pasando delante de mis ojos, el paisaje cambia, la gente desaparece, pero yo no me inmuto, mi cuerpo se petrifica y mis pensamientos se muerden la cola. Mi cerebro es una lavadora que da vueltas ni dejar ver nada claro. ¿Por qué el tiempo corre en mi contra? ¿Por qué me empeño en correr tras él? Lo más probable es que no pueda llegar antes para esperarlo cuando llegue, por ese motivo mi única opción es una alocada persecución de mi meta, la cual ya no sé dónde está, ni a cuánto, ni si seguirá allí dónde me la imagino.
De modo que aquí sigo yo, montada en el taxi mientras no puedo ser aconsejada ni puedo ser si quiera informada. Tan solo llevo en el bolso la esperanza de estar bien encaminada, porque no ocupa mucho, y en la maleta el tumulto de mareadas incógnitas e incovnientes aquí y allá, simplemente... porque no cabrían en el bolso*
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